martes, 29 de julio de 2008

Madrid en el olvido ( "La corte de los milagros")


De repente,mira tú por dónde,es como que ya no me apetece tanto acercarme hasta las fiestas del barrio.Casi sin querer,ha dejado de interesarme asistir a respirar el ambiente cargado de sus calles, en estos días de verbena.Menos agradable,si ésto es posible,resúltame la presencia de la mayoría de los visitantes que vienen a poblar este reducto;por no hablar de aquellos que parecen haberlo tomado, ya,con carácter definitivo,sin visos de querer abandonarlo.

Hasta hace pocos años,cuando todavía guardaba empuje suficiente -ahora,reconozco que una no tiene ganas de ná -,solía ataviarme "de dulce" para la ocasión;por eso de estar a tono con el engalanamiento general y,por qué no decirlo,también por intentar dejar bien alto el pabellón de la extinta madrileña.Nada más llegar al sitio buscábamos el mejor puesto de limoná,ubicado hacia la mitad de Mediodía Grande,para en seguida pasar a formar parte de la fila en el tenderete de los entrañables "Castizos".Bocata de panceta o de morcilla,en ristre,paseábamos el palmito por el recinto verbenero,donde nunca fallaba el insinuante soniquete del organillo,prestado por la asociación "El orgullo de Madrid".Eran los días en que aún podías enlicorarte,a placer,con el madroño de la taberna de la calle del Oso (ahora convertido en un local de ropa china,fea,y cara).Poco después,casi sin dudarlo,pasábamos a marcarnos,frente al Colegio de La Paloma,el pasodoble o el chotis de rigor;piezas específicas que sonaban todos los años y,que nosotros esperábamos con impaciencia,sobre todo para observar con deleite el "agua" que nos daban en el baile los madrileños más ancianos.Añoro esas jornadas en que podías pasearte por allí sintiéndote como porcino en lodazal,después de haber esperado con ansiedad,durante meses,el tiro de salida de los festejos.

Recuerdo,cómo no,haber asistido como expectadora,en Lavapiés,a un par de concursos de "guapa con gafas" y al recurrente espectáculo de charlatanes ofrecido,todos los años,desde una improvisada timba en la que llegáramos a conseguir un lote de ibéricos de atrezzo,como de cera,impecable en aspecto,pero realmente incomestible.Visita obligada eran también el puesto de las berenjenas,el de las porras y el de la chocolatada,cuyo nombre trajo durante mucho tiempo a mi mente el título de la novela que,con tanto mimo,escribiera y,nunca llegara a publicar el entrañable Enrique,amigo de la familia y honesto vendedor,(de hace ya algunas décadas),en el puesto de caramelos situado frente al parque de Cabestreros,muy cerca de las bodegas Máximo,donde doy fé que podía tomarse,acompañada de una buena ración de patatas fritas,la mejor ensaladilla rusa de Madrid.Era el tiempo en que te encontrabas,a cada paso,con vecinos y conocidos del sector de la Encomienda,Juanelo,o Dos Hermanas,a los que podías llamar por su nombre de pila,y con los que acababas departiendo,en plena calle,dando buena cuenta de la sangría gratis,preparada y ofrecida por los lugareños.Otra costumbre perdida.Creo yo que sería por aquel entonces,cuando en una de nuestras recurrentes mascaradas,decidíeramos posar delante de una cámara profesional todas las mujeres de la familia,ataviadas con la pañoleta de Manola.Mi abuelo materno se situaba entonces la parpusa con su gracejo habitual;él,que para nada tenía aspecto de chulapo,sino más bien de galán de cine y,hasta mi padre,enemigo visceral de tales excentricidades,terminaba por calzársela en la cabeza,olvidándose de sus remilgos...Decididamente,eran otros días.

En asistencia a estos jolgorios verbeneros,en otra de nuestras habituales comparecencias,solíamos acudir a disfrutar los espectáculos de Lillian de Celis o de La Mistral.¡Ahí es nada!.El parque de la Corrala se convertía en centro de representaciones sainetescas,casi siempre de la mano del irrepetible Rafael Castejón.Cena regular,pero con correcta puesta en escena,teniendo en cuenta las limitaciones del improvisado teatrillo.La carcajada estaba asegurada por el buen hacer de los intérpretes.Ni parecido con lo que me cuentan que,en desvergonzado atrevimiento,llegara a ofrecerse al público en los últimos años;que por causa de la poca prudencia que aún me queda,prefiero abstenerme de contar buena parte de la trastienda política en que se fraguara la enésima tomadura de pelo institucional,a propósito del mal llamado "juguete cómico".

A pocas manzanas de allí,si decides esperar unos días a la celebración de la Virgen de La Paloma y,subes hasta el barrio de La Latina,no esperes encontrar ya la suculenta oreja a la plancha del bar "El Racimo",en la calle del Humilladero.No existe.Ahora es un antro de salsa.No de la que acompañaba sus celebradas raciones,sino de machacón,desagradable y extenuante repiqueteo sudamericano.Los originales cócteles de "La Clave",justo a la vuelta de la esquina,han dejado paso al exótico cuscús y,hasta la cervecería "Muñiz" viene pareciendo,en hora punta,la delegación de una cumbre delincuencial de Oriente Medio.

Con seguridad,en esto se ha convertido el cotarro jaranero de las fiestas más emblemáticas de un Madrid ya perdido para siempre,que ha ido desgranando su esencia,poco a poco,hasta llegar a olvidarse casi por completo de su verdadera identidad;puede decirse que,entre otras cosas,por causa directa de tanto prócer forastero,interesado en desoir el latido de enjundia fetén que poseyeran estos lugares.¿Cómo hacerles entender que era,precisamente,ese matiz diferencial de entorno deprimido aquel que hacía de sus calles la cuna de la distinción?.Yo,escucho a diario comentarios,en este sentido,por parte de los escasos madrileños que vamos quedando y,que acusan directamente a los vendedores de humo,politiqueros de uno y otro bando,causantes todos de innumerables desatinos sufridos por esta ciudad.En aras de su avieso interés,han decidido otorgar a Madrid un ficticio carácter cosmopolita,despojándolo de su verdadera raigambre,sin siquiera pararse en la reflexión de que ése era ya un rasgo que nuestra ciudad poseía desde antaño.No había necesidad alguna de convertirla en un mal remedo de otras muchas lejanas capitales:Ocio y recreo de muchos;sufrimiento punzante de no tantos,aunque sí forzados a padecer los contínuos desmanes de incompetentes que,desde su tribuna de poder,destrozan sin miramiento lo que tantos madrileños ilustres se esforzaran en erigir y en conservar...Que,por pasarse por el forro a la tradición,ya ni siquiera vienen a "cortar del bacalao" desde los despachos de nuestra simbólica Casa de la Villa.

Evidentemente no,este año no tengo el chasis pá farolillos.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Santas palabras, por desgracia. ¡Lástima de antiguas (y no tanto) verbenas! Jamás leí un diagnóstico tan certero como éste, querida amiga.

Carlota Garcinúñez dijo...

Esto es lo que hay,amigo Pablo...Ya sabe eso de que: "Al que le duele la muela es a aquel a quien se la sacan".Derecho a pataleo,sin más.

Abrazos de una madrileña encabronada.

Cigarra dijo...

¡Cómo te entiendo! ¿Qué han hecho con la calle Fuencarral, entre Quevedo y Bilbao? ¿Qué están haciendo con Serrano? ¿Nadie puede parar los pies a tanto desmán?
¿Se puede ser madrileño sin estar encabronado?

Carlota Garcinúñez dijo...
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