sábado, 23 de febrero de 2008

Nosotras,las "freganógrafas"

Es curioso contemplar como,a veces, llegan a enmarañarse los acontecimientos. Si no en el aspecto formal, sí a partir de ese tirabuzón cotidiano que nos envuelve irremediablemente y,que llega a conformar actitudes o situaciones alejadas de nuestro fuero interno;parece avocarnos a una toma de decisiones que nuestra alma valora,de todo punto, ajenas.No se sabe por qué razón,uno a menudo se encuentra imbuído dentro de un engranaje que no le representa,y aún en esa tesitura,aunque quisiera hacerse a un lado,acaba por sucumbir a las circunstancias.

Una persona de mi entorno tiene una complicada situación laboral.Como muchas otras mujeres en su situación,agobiada por el maldito horario y, ante la imposibilidad de hacerse cargo de las tareas domésticas,hace meses que viene contratando los servicios de una trabajadora del ramo:una conocida ucraniana,de su confianza.El acuerdo verbal funciona bien durante ese tiempo.Mi amiga acepta las condiciones de su empleada ful (pues, ésta presta su servicio en ausencia de contrato o seguro social alguno).Le paga dos euros más, por hora trabajada ,de lo que la joven viene cobrando en otras casas; y salvo en caso de inesperada enfermedad de mi amiga,ésta no aparece por su domicilio hasta que la doméstica no ha finalizado su trabajo.A pesar de haberse levantado a las seis de la mañana,y de llevar catorce horas fuera de casa,se siente mal ("sucia",exactamente) por tener que presenciar el hecho de que alguien venga - como dice ella- a tener que "quitarle la mierda".

Semanas atrás me comunica que su domicilio está prácticamente envalado.Se acabó el contrato de alquiler y debe levar anclas.Ludovica,que así se llama la chica que le ayudaba,se queda sin ése empleo.Necesita desesperadamente la pasta porque vive en un piso compartido.Tiene un sólo dormitorio y,necesita encontrar un habitáculo mayor para poder traer a sus tres hijos a Madrid.Los niños viven con su madre en un entorno rural de Ucrania,bajo unas condiciones propias de una novela de Dostoievsky.

A Bita se le ocurre la idea de prorrogar,de alguna manera,el empleo de Luda.Conoce mi situación actual.Sabe que acabo de salir de unos meses devastadores.De una mudanza faraónica (si todas acaban por convertirse en éso;mi bazar de abuela y ,mi biblioteca, no son "moco de pavo").La puta fibromialgia que me aqueja desde hace ya trece años, va dejando secuelas, y las últimas operaciones molares han terminado por colmar mi paciencia.Así que,mi amiga piensa que Ludita puede venir a echarme una mano en casa.Tan sólo durante dos jornadas,en semanas consecutivas.Ella ,quiere hacerse cargo de los emolumentos,de forma que todos nos beneficiemos.Acabo por aceptar la idea,pero seré yo misma quien pague sus servicios.

Bien sabe la providencia que necesitaba esa ayuda,a pesar de que nunca la haya querido tomar.
Mis paranoias metódicas me arrastran a dar el Do de pecho, aunque, con ello, acabe por salírseme el bofe;y,claro,eso acaba por pasar factura.Pero,ya es tarde para cambiar...

Luda viene a limpiar mi cocina en una tarde de viernes.Mi chico,por descontado, huye de la quema.Él mismo,me ha propuesto mil veces la ayuda de algún servicio doméstico,pero a la hora de la verdad,se encuentra tan incómodo como yo en estos menesteres.Los que tenemos alma de pobre,¡Ya se sabe!.

Durante las tres horas que la ucraniana emplea en limpiar el lugar ,yo permanezco en la habitación más alejada de la casa.Como si me sintiera culpable por el acuerdo.Creo que porque en realidad vienen a mi memoria,una tras otra, las imágenes de mis abuelas cuando hubieron de ganarse la vida del mismo modo;de mi propia madre fregando escaleras,a los siete años,para cobrar una peseta,que luego había de entregar en casa;de mí misma, cuando túve que pasar trances similares;de mi hermana,el día que se cortó la mano limpiando y cargando muebles en un almacén,y tuvimos que acudir a recogerla para que le practicasen una cura;de tantas cosas...

Ludovica - ¡Qué nombre tan bonito,¿verdad?!- acaba la faena, algo antes de la hora pactada.Y es que yo,ya no aguantaba más.Le digo que abandone la tarea.Termino de barrer el suelo y le sirvo un refresco.Preparo otro para mí ,y charlamos durante más de media hora.Me cuenta sus dramas.Yo a ella,los míos.Me gusta mostrarme trasparente cuando me siento cómoda,quizá para compensar,con una pequeña parte de nada,a ese "Teatro del Mundo" que describiera Calderón;a riesgo de que la joven - al comparar su estado, con el mío - me considerase una privilegiada.No parece que sea así.Su actitud acalla parcialmente mi conciencia,y me hace sentir más tranquila.
A pesar de ello,suscribo el lema de los gallegos en su problemática con el chapapote:"Nunca Máis".

Me niego a convertirme en el que, hasta ahora,fuese mi enemigo.Ni siquiera quiero plantearme si estoy o no desacertada.Tampoco aspiro a salir de mi error.Tengo claro que ésta es otra de las cosas para las que nunca serviré.Que cada quién haga lo que le plazca.Mi opción será la de seguir pensando que: "Gente pobre,no necesita criados".

Por cierto,al final,he sido yo misma quien ha acabado de limpiar el hogar.Y es que,según parece dictar la conciencia colectiva,siempre ha habido y habrá gilipollas entre los que,indudablemente, me encuentro.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

¡Vaya! Y yo que pensaba que era un gilipollas único. Cuán familiar me resulta ese sentimiento que describe.

Hace tres años tuve la fortuna de poder mudarme a una casa más apetecible y acogedora. Mi mujer y yo trabajamos de sol a sol (literalmente) y nuestra opción primera fue contratar a alguien que nos ayudase con las tareas domésticas dado que la casa era sensiblemente más grande que la anterior. Por fortuna, la persona contratada tuvo que dejarlo a los tres meses por motivos personales. Y digo "por fortuna" porque, durante ese tiempo, la sensación de tener a alguien en mi casa llevando a cabo una serie de labores "que yo debería estar haciendo, tal y como me habían enseñado de toda la vida" (mi conciencia dixit) me ponía en graves apuros morales. Una vez que la susodicha se hubo despedido, mi mujer y yo resolvimos no contratar a nadie más y apretar un poco más el culo por nuestra parte, haciéndonos cargo. A mi mujer le pasaba exactamente lo mismo que a mí pero ambos nunca lo hablamos hasta semanas después de haberse marchado la mujer que nos ayudaba. Sí, era muy cómodo llegar a casa y encontrarse con las cosas hechas pero el precio (y no el económico) resultaba excesivo. Decidimos que tan solo recurriríamos de nuevo a esa solución si, taxativamente, no nos quedase ninguna otra opción viable.

Tranquila. Sus cuitas morales no están solas en el universo :-)

Y cuidese.

Un abrazo,
Pedro de Paz

Carlota Garcinúñez dijo...

Efectivamente,me congratula sobremanera con el género humano el hecho de pensar que aún queden indivíduos afines a propósito de esta condición.
Siempre debe trazarse algún intento por tratar de tribializar,pues aunque sea caer en el topicazo,son muchos los que,-como en la fábula de los altramuces-, se encuentran en bastante peor situación.Pues,"Sólo el necio,confunde valor y precio".
Y tampoco nos vamos a equivocar... Aquí,debo entonar el "mea culpa".
Reconozco ser la mayor colonizadora de espacios "do lugar".Tengo la casa más abigarrada que un museo.Y es que,oiga,todo me vale.Tan pronto engancho cualquier artilugio curioso de una basura,al que customizo nada más llegar a casa,que comienzo mil colecciones inútiles.Fabrico espejos y cajitas de artesanía.Persigo ávida la producción de todas y cada una de las novelitas de Carrére,o compro motivos tangueros.En fin,como dijera Luis Cigés en la película "La Corte de faraón":"Ésto es la descojonación".¡Pá qué contarle más!.

Y sí,me cuido todo lo que puedo,o me permiten las circunstancias.

Un abrazo,

Carlota.

PS:(Permanezco "al loro" de su incipiente publicación.Cómo no,le deseo "mucha mierda").

Anónimo dijo...

Apreciada Carlota:

Me siento muy honrado por el hecho de que ande usted pendiente de mis escarceos literarios. Aquí, en petit comité y ahora que no nos oye nadie, le comentaré, a modo de semiprimicia, que mi próxima novela saldrá a la calle pasado el verano. Casi con toda seguridad, en septiembre. Lo dicho: crucemos los dedos y "mucha mierda".

Un abrazo,
Pedro de Paz