martes, 19 de febrero de 2008

¿Qué le pasa,doctor?

Después de dos operaciones,de soportar la ingesta de catorce cajas de medicamento,y de la visita a algún que otro matasanos;la cosa sigue igual.

La enésima aventurita sanitaria comenzó en el pasado mes de julio.Ya se sabe que en verano todo se paraliza,¡pero de ahí a que esté muerto!.Madrid parece un paisaje olvidado de Las Hurdes.Cualquier intento de hallar asistencia médica se convierte en una hazaña infuctuosa.Ni en urgencias.Ni a través de un médico privado (claro,con lo que roban,en esas fechas están dándole alegría a la pasta que han conseguido "trincar" durante el resto del año),ni mediante la sociedad privada (ésta coge el dinero y corre);por no hablar de la Seguridad Social...

Interrumpo mis vacaciones en pleno mes de agosto (quizá, las últimas en mucho tiempo),pues la situación ya se hacía de todo punto insostenible y,ciega de mí, llego a Madrid por el sindicato de las prisas.Como es aquí donde tengo mi seguro médico y, ya me había puesto en contacto con ellos,espero encontrar ayuda profesional.Nada más plantarme en el hospital de referencia, me aseguran que la información recibida estaba equivocada.Sólo tienen un cirujano especialista en el mal que me aqueja,e irremediablemente,se encuentra de vacaciones.Me ofrecen entonces la posibilidad de llevar a cabo la primera operación en otro hospital del gremio,pero -eso sí- dejando claro que éste no se haría cargo de practicar las consiguientes curas.

Me largo de allí con la receta de turno,y me acerco a la farmacia,donde me venden un derivado de la morfina,indicado para tratamientos de cáncer terminal.Nadie me había advertido de ello. Tampoco el farmaceútico:el mismo que me pone cara de horror cuando le pido un Clamoxyl sin receta médica.En esta ocasión no pone "peros".

En un intento desesperado de dar por fin carpetazo a mi situación,comienza la búsqueda de cirujanos odontólogos.No sirve para nada.Todos están fuera de la capital.Y comienza ,así, el periplo de dopaje consentido por mi persona.Mi estómago tiene que bregar,a duras penas,no sólo con los calmantes,sino también con los antinflamatorios y con los antibióticos de caballo - que ,esta vez sí me venden-, a la vez de los protectores gástricos de juguete que, ahora llaman genéricos.En éstas, permanezco hasta bien entrado el mes de septiembre,fecha en que me practican la primera operación:remunerada,por supuesto;(pues como era de esperar,al fin,la póliza médica no se hace cargo de tales intervenciones).

Para ese momento,mi vesícula se hallaba ya como un queso de gruyére.Los primeros desajustes gástricos eran una coña comparado con el tinte que habían tomado los acontecimientos.El médico de urgencia no asiste a domicilio.Se limita a recomendar dieta blanda desde el otro lado del teléfono.¡Dieta blanda cuando uno es incapaz de sostener nada en el estómago!.No sé como coño hice,pero conseguí arrastarme hasta la consulta del médico titular, a quien a pesar de contarle el caso,y advertirle de que la semana siguiente me practicaban la segunda operación;mi relato no debió convencer.El menda me largó el mismo rollo que su antecesor,y me mandó a casa en las mismas circunstancias.Eso sí,más encabronada que de costumbre.

Las muelas asesinas ya han sido defenestradas,pero el cargamento venenoso de la química no desaparece.

Los que me quieren,insisten en que retome negociaciones con nuestra clase médica.Yo,que la conozco de cerca,pues túve la desgracia de trabajar algunos años cerca de ella;me resisto.

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