jueves, 27 de marzo de 2008

¿Jugamos a ser papás?

¡Qué mono es el nene!,dice la mamá cuando por fin consigue ver su carita.¡Está como para comérselo!,asevera el papá de corrido.Aproximadamente catorce o quince años después,ambos manifiestan :¿Por qué no nos lo habremos comido?.Y es que,es condición humana andar por ahí,vagando en búsqueda de respuestas,e incluso recurrir a la ley natural para dar justificación a nuestras ansias de convertirnos en dioses.Yo misma pasé también por esa endiablada faceta,por causa de mi reloj biológico.Menos mal que las circunstancias me impidieron consumar la acción,imponiéndome nuevo veto.En este sentido,apuntaba mi suegra - cuando aún nos frecuentábamos - lo guapos que habrían salido nuestros hijos,en el caso de que hubiéramos decidido tenerlos.Sin acertar a comprender,o sí, que con esa afirmación establecía una comparativa entre su hijo (por no hablar de mí) y una buena camada de toro de lidia.Ésta es otra de las cosas que ella jamás se plantearía.

El caso es que,a propósito de todo ésto,hace unas semanas llega hasta mis oídos la epopeya vivida por Borja, el hijo de una antigua amiga de mi madre.Al otro lado del teléfono,y hecha un mar de lágrimas la susodicha le cuenta ( la única en no saberlo debía ser ella), que acaba de enterarse de que su hijo es gay.La tipa suelta por la boca sapos y culebras,mientras se prepara para salir a bailar.Entre lloro y lloro le relata todo el contenido de la bronca,que al parecer ha sido de campeonato y,en la que para terminar,el chico acaba por echarle en cara la diferencia de trato que ella profiere entre los hermanos.Pero,es que cabe entender que,entre uno y otro,no haya color.No puede compararse a un trinfador de gimnasio,"madero" de profesión,con un universitario homosexual,aunque éste tenga ( como es el caso) un cociente intelectual de superdotado. Ni que decir hay que Borja lo está pasando fatal.Ha abandonado la facultad,y ha comenzado a buscarse la vida trabajando en una charcutería,primero,y más tarde detrás del mostrador de una esotérica tienda de barrio.No es que alguien le haya dicho que se largue de casa.Pero él parece haber escuchado eso de "ahí tienes la puerta".Afectadísima por el qué dirán,y después de haber pedido consejo hasta a un sacerdote,se pregunta la madre qué es lo que ella ha hecho mal,al tiempo que nos relata los requiebros con que siempre me ha obsequiado su hijo,desde luego no en el sentido que ella le quiere dar.Agarrándose a un clavo ardiendo,que no existe,todavía es capaz de preguntarse si el joven podría encontrar una chica como yo.Desconozco si realmente es rematadamente imbecil,o si sólo se lo hace,porque los disgustos no le han quitado las ganas de salir en busca de carne fresca,repartida por todos los garitos de maduros de la capital,cosa que,en su defecto también hace Borja y, que ella sí que le recrimina...Por esa regla de tres,compuesta,se viene a dictar la llamada " ley del embudo". La moderna y madurita mamá parece resistirse a abandonar los dictados de una moral faudal.

Al otro lado de la ciudad ,Marta tiene ya más de treinta.Vive con su madre,y es ésta quien decide qué ropa ha de llevar,cómo debe calzarse y hasta el estilo de su peinado.Come lo que cocina la señora,pues por sí misma es incapaz de preparar nada más allá de un simple bocata.La madre se ha ocupado también de buscarle empleo,y de dar el visto bueno a cualquier otro que ella no le haya proporcionado.Salen juntas a la calle.Juntas acuden también a los escasos encuentros sociales y hasta a los funerales;sobre todo son "punto fuerte" en todos corrillos de cotilleo maledicente del bloque.Siempre van unidas,excepto en una ocasión,en que Marta consigue zafarse de ella (todo un logro),para acudir a la consulta de un psiquiatra.El médico le receta un cargamento de ansiolíticos y antidepresivos,que ella deberá tomar a escondidas,pues éste en su casa resulta también territorio prohibido,al tiempo de una terapia consistente en alejar a la hija de la madre,para evitar así su manipulación.Como era de esperar,Marta no renueva la cita.A pesar de reconocer su estado de secuestro permanente,aún sostiene abundantes síntomas de un Síndrome de Estocolmo.A su hermano mayor,le ha venido como dios el hecho de dejarla ahí aparcada,para que sea el sustento de la vejez de la viuda perenne,según palabras de la propia madre.Su hermano menor,en cambio,se siente responsable de la situación,aunque la piedra no se encuentre sobre su tejado.Habitualmente la agasaja con presentes,e intenta frecuentarla con regularidad,pues sabe que el es su único vínculo con el mundo real.Marta no ha conocido este mundo,mejor dicho,no ha conocido ninguno.Nunca ha tenido pareja,ni ha llegado a salir con nadie.Las pocas amistades con que ha contado han tenido que pasar por el filtro de su mamá,al igual que lo hiciera Bette Davis en su película "La extraña pasajera".Es,en carne mortal,el vivo retrato del personaje.Y,no se resiste.Consciente de saber que nadie podría cubrir su huída,se ha hecho a la idea de tener que soportar las depresiones paranóicas del fichaje con quien comparte su vida.Resulta asombroso pensar que a estas alturas todavía quede tanta gente anclada en los preceptos del cuarto mandamiento,máxime cuando se dan estas situaciones freudianas.

Atrás quedan ya los días en que Borja y Marta eran sonrosados querubes.Ahora que se han convertido en adultos - que no,independientes - parecen no hacer tanta gracia a sus papás.Quizá habría que preguntarles a ellos si les gusta la familia que les ha tocado en suerte.Por eso,y por un buen ramillete de poderosas razones,he preferido servir yo sóla de pasto para los dioses.¡Qué se diviertan conmigo,como de hecho han venido haciendo! ;pero,por favor,que sea respetada mi decisión.No estoy formada ni conformada como para educar a nadie y,dudo que alguien lo esté;menos aún para servir de ejemplo.Habría sido una madre sobreprotectora y castrante.Habría querido tanto a mis hijos,y soy tan asquerosamente responsable que,lo mejor que pude hacer por ellos,fue no tenerlos.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Entiendo en gran medida lo que expone, querida Carlota. Yo jamás he tenido la ¿fortuna? de sentir ese desmedido afan por ser padre que muchos parecen experimentar. Nunca me gustaron los niños.

Además, es cierto que la naturaleza debe ser exquisitamente sabia. De la misma manera que a mí nunca me gustaron los niños, yo a ellos tampoco les caí simpático jamás. Es un sentimiento recíproco que he tenido ocasión de comprobar empíricamente en numerosas ocasiones bajo distintas tesituras y perspectivas. No tengo más que ponerme ante de la presencia de un niño pequeño, sin hacer el menor gesto ni comentario, para que el tierno infante, al verme, se eche a llorar desgarradoramente como si la vida le fuese en ello. Científicamente comprobado. Es una situación que no me pesa en absoluto, ya estoy más que acostumbrado. Incluso en algunas ocasiones puede ser una ventaja. Mis amigos con niños obtienen de ello unos réditos de la hostia. En lugar de amanazarles con "Que viene el coco", no tiene más que regañarles diciéndoles "Que llamo a tio Pedro" para que los niños comiencen a comportarse con exquisita cortesía. Verídico 100%. Eficacia garantizada.

En fin, dejo de contarle mis penas que últimamente me enrollo cosa mala. :-)

Abrazos,
Pedro de Paz

Carlota Garcinúñez dijo...

¡qué me va usted a contar!...Yo siempre he mantenido que los niños son como el resto de los seres humanos adultos;osea,buenos y malos,nobles y crueles,dulces y retorcidos.En fin,que algunos resultan adorables y,a otros llegarías a estrangularlos con tus propias manos.Yo,desde luego, nunca he sido capaz de dirigirme a un niño para hablarle como si fuera sordo o tonto,empleando interjecciones absurdas;quizás porque a mí me educaron de esa manera.En casa se hablaba de casi todo con naturalidad,sin entrar en distinciones por causa de la edad.No sabría comportarme de otro modo.
Si le sirve de algo,le diré que yo también ejerzo un mal efecto entre los infantes.Se niegan hasta a saludarme.Éso,unido al hecho de ser mujer,es algo que no te perdonan.

Un abrazo,

Carlota.